sábado, 5 de mayo de 2012

insomnio.

Es la quinta noche que me despierto de madrugada. El cupo de sueño me hace delirar y preguntarme si no hay algo raro, algo que no encaje ahora mismo en mi vida. Abro mis párpados doloridos para descubrir unos ojos secos en la oscuridad de mi habitación; estiro las piernas para robarle un poco más de espacio a la cama y acomodo mis brazos debajo de mi cabeza. Es hora de pensar. Tontamente, me van viniendo recuerdos a la cabeza de hace algunos años y la nostalgia se apodera poco a poco de mi pecho. Todo era más fácil antes. O quizá no. Es igual, lo único que no ha cambiado es que la lluvia sigue golpeando los cristales de mi habitación. Quizá haya sido eso la causa de mi desvelo. Porque, yo estaba dormida, ¿no?... Igual solamente estaba fingiendo que dormía, como ahora puedo estar fingiendo que me acuerdo de cómo se piensa. Estiro mis brazos hasta que me duele. No, eso no es prueba suficiente. Puedo estar dormida y en mis sueños, mis brazos también van a dolerme si los estiro demasiado. O puede que no esté ni siquiera dormida. Puede que no esté ni siquiera en mi cama tumbada, que sólo recuerde lo que un día tuve. O que sólo recuerde lo que nunca sucedió. Y es esta posibilidad la que me aterra, y mientras me doy la vuelta en la cama, me tapo con las sábanas hasta la cabeza, con el corazón bombeando sangre muerto de miedo. O puede que solamente me moleste la luz que empieza a colarse por las rendijas de las persianas. Es madrugada.